A PROPÓSITO DEL DIA MUNDIAL DEL FOLKLORE
Chalena Vásquez
Desde que en el siglo antepasado el anticuario – coleccionista de antigüedades1 - inglés William J. Thoms propusiera la palabra “folklore” para nominar al ” saber tradicional de las clases populares de las naciones civilizadas” muchas aguas han corrido bajo el puente.
La palabra ha sido usada de manera peyorativa como también para valorar expresiones culturales en defensa de la identidad nacional o en aras de obtener ventajas en el mercado turístico… aquí
algunas reflexiones al respecto.
“Folklore” vs “Cultura occidental”
Propuesto al principio como el “saber tradicional del pueblo de las naciones civilizadas” el término “folklore” se extiende, y en resumidas cuentas ha sido usado mayormente para nominar, “al saber de todos los pueblos que tienen culturas distintas a la occidental hegemónica”.
En la mejor muestra de etnocentrismo cultural europeo se incluye entonces dentro del concepto de “folklore” - y no de cultura - a todo el saber, las artes, la ciencia, la tecnología, las formas de organización social etc. de las culturas de Africa, Asia, Oceanía, América.
También se le llama “folklore” a las culturas de pueblos como el vasco, catalán, armenio o búlgaro, es decir de los que se encuentran en calidad de minoría no oficial dentro de países del hemisferio norte.
Así, en nuestro país se le considera “folklore” todos los conocimientos y sabiduría de las culturas nativas: todo el conocimiento sobre el cosmos, el clima, las formas de cultivar los Andes o los desiertos costeros , formas de conservar los suelos, el agua…o toda la sabiduría para mantener el equilibrio ecológico natural en la Amazonía.
Se le llamó “curanderismo” “chamanismo” “medicina folklórica” todo el conocimiento sobre características curativas de las plantas, y su dosificación para curar enfermedades. Se le llama folklore a toda la música de procedencia quechua, aymara, shipiba, aguaruna, ashaninka… negándosele el “status” de ser “arte” de igual manera se dice de las danzas, el teatro, las artes plásticas , la poesía y la literatura oral.
Se le llamó folklore toda actitud de respeto con la tierra -la Pachamama- , también a las prácticas de solidaridad y reciprocidad como la minka, el ayni, el uyay, y a muchas prácticas de organización social verdaderamente democráticas.
Y a todo esto se le ha considerado como opuesto a la modernidad… como “opuesto a la ciencia y a la racionalidad”; sin embargo, muchas veces también a algunos productos o “expresiones folklóricas” sí se les convierte en “productos exóticos” listos para cubrir un mercado, etiquetándolos como “auténticos”, “originales”, “oriundos”, “tradicionales” – en el sentido, éste último, de algo que se repite invariable de generación en generación; expresiones del patrimonio cultural que, transformadas y envasadas estarían listas para comercializar en el mercado turístico.
Sin embargo la mayoría de conocimientos, tecnología y sabiduría de las culturas de tradición oral en nuestro país, nunca se les ha considerado aptos para ser propuestos como posibles alternativas políticas de desarrollo socioeconómico y cultural de la población peruana.
“Tradición folklórica vs modernidad” … ¿una falacia oportuna para el sistema socioeconómico que ejerce su hegemonía?
Una supuesta oposición entre el “pensamiento tradicional” y “pensamiento moderno” subyace desde la aparición del término Folklore. Se supone entonces, que el pensamiento moderno es racional y el de otras culturas es “irracional” “mágico” “empírico y no científico”; como si la ciencia no necesitara de la experiencia empírica para afirmarse y desarrollarse o como si el conocimiento no fuese tal por no estar escrito.
Como parte de la dominación socioeconómica la cultura académica occidental, ejerce la hegemonía cultural proponiéndose a sí misma como alternativa, esta cultura “moderna”, que se supone tiene la “razón” de su lado, que tiene la ciencia y la tecnología que podrían garantizar una vida más digna para los seres humanos.
Pero no debemos confundir modernización con modernidad. De hecho las culturas nativas americanas como otras en el mundo se han ido “modernizando” al adoptar instrumentos y tecnología nuevas, adaptándolas a las propias necesidades materiales y socioculturales.
Pero el ideario de justicia, igualdad y libertad del inicio de la modernidad (con la Revolución francesa) no ha sido logrado por el sistema socioeconómico real del capitalismo, ni por el socialismo real que existió. Las diferencias sociales y económicas se hacen cada vez mayores, no solamente entre países sino también al interior de los mismos.
Y cada vez más esta cultura de la modernidad real del capitalismo (neoliberalismo, capitalismo salvaje) demuestra su poca capacidad para solucionar los problemas sociales y para propiciar un desarrollo pleno y libre de los seres humanos.
Cuando las necesidades del mercado y la automatización tecnológica se anteponen a las necesidades sociales y humanas, cuando los desastres ecológicos empiezan a alarmar seriamente a la humanidad, cuando crecen la drogadicción, los casos de suicidio, la delincuencia en la infancia y la juventud, cuando antiguas y modernas guerras ejercen el genocidio vía las armas, o vía la lógica del mercado del sistema socioeconómico real y transnacional que condena a muerte por miseria a millones de personas… cuando los paradigmas se hacen trizas, quizás queda partir nuevamente de valores culturales milenarios, de las culturas tantas veces llamadas “folklóricas” del mundo, aquéllas que supieron valorar la relación hombre naturaleza y desarrollaron tecnología respetando a la tierra, aquéllas en las que la solidaridad y la reciprocidad son parte del ejercicio de la libertad y de la justicia, aquéllas en las que el trabajo colectivo es fuente de alegría, de música y de danza… aquéllas en las que la tecnología está al servicio del género humano y no al revés.
Las nuevas opciones políticas que consideran como valor fundamental la democracia, debieran considerar sin duda, el Derecho de los seres humanos a su Cultura propia, como una parte intrínseca y fundamental de democracia. Esto implica reconocer al Perú como un país pluricultural y multilingue, con grandes colectivos defendiendo la existencia de manera integral, luchando cotidianamente por mantener los ecosistemas, la agricultura, la ganadería y otras formas productivas sin depredar y sin contaminar el medioambiente.
Las nuevas propuestas deberán contar con esa diversidad de culturas que las sociedades desarrollaron de acuerdo a su realidad material circundante. Culturas que tienen derecho a hacer uso democrático de todos los medios de comunicación (y especialmente la vía satélite), promoviendo así el conocimiento y el respeto a la diversidad cultural.
El llamado nuevo orden económico mundial, si quisiera acercarse a establecer relaciones humanas dignas y no de mayor desigualdad, tendría que establecerse en base a nuevas actitudes de respeto cultural, social, ecológico, cuyo fundamento sea el humanismo: el respeto a la vida y a la justicia. Acercándose de esta manera a cumplir con la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, en los que se reconoce también el derecho a la Propia Cultura, y la Diversidad Cultural, como un derecho humano fundamental.